La gracia de Dios es una virtud por la cual Dios puede dar algo sin nada a cambio, ya que para alcanzar la misma el hombre nada puede hacer por sí mismo. La gracia de Dios llega por medio de la fe y, la aceptación del sacrificio que Jesús hizo por la humanidad.
Efesios 2:8 dice, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros”. La única manera que cualquiera de nosotros pueda entrar en una relación con Dios, es por causa de su gracia hacia nosotros. La gracia comenzó en el jardín del Edén, cuando Dios mató un animal para cubrir el pecado de Adán y Eva (Génesis 3:21). Él podría haber matado a los primeros seres humanos en ese momento por su desobediencia, pero en lugar de destruirlos, Él escogió establecer un camino para que ellos estuvieran bien con Dios. Este patrón de gracia continuó a lo largo del Antiguo Testamento, cuando Dios instituyó sacrificios de sangre como una forma para expiar el pecado de los hombres. No fue la sangre de los sacrificios que limpió los pecadores; fue la gracia de Dios que perdonó a aquellos que confiaron en Él (Hebreos 10:4; Génesis 15:6).